sábado, 26 de mayo de 2012

N.

N. es una chica marroquí de 2º de ESO. La llevé el año pasado, cuando estaba en 1º, en uno de los muchos centros por los que pasé.
Entre los profesores siempre se dice que, con el paso de los años, sólo recuerdas a dos tipos de alumnos: a aquellos que te han hecho la vida imposible o a los sobresalientes -incluidos aquí los que sobresalen académicamente, por su simpatía, su liderazgo en el grupo, etc.
N. era de esas alumnas que te marcan. Se sentaba en el lateral derecho del aula y, por su timidez, podría pasar desapercibida, si no fuese por la expresión de su mirada cuando les explicaba la lección. Hay alumnos que te miran y asienten como si escucharan, pero por sus ojos sabes que están en otra parte; otros rehúyen tu mirada, por vergüenza -muchas veces de que descubras que no atienden-; y luego están los que escuchan de verdad (¡gracias a Dios!).
N. no escuchaba la lección: se la bebía. Tenía unos profundos ojos negros que parecían absorber todo lo que veían. Explicaras lo que explicaras, siempre había una alumna mirándote fijamente, con una ávida curiosidad y una sonrisa noble en la cara.
Era -y será- una chica muy guapa. Parecía una princesa sacada de Las mil y una noches. Pero N. no llevaba vestidos caros. Sus profesores conocíamos su ropa de tanto llevarla y aquel chándal rosa que seguramente estaría desgastado y remendado por mil sitios, pero siempre limpio y con buena presencia.
No sólo era pulcra y curiosa en su apariencia, sino también en todo lo referente al material escolar. He visto pocos cuadernos tan bien presentados como el suyo, pocos libros tan cuidados -perfectamente forrados,subrayados con esmero en diferentes colores-; en definitiva, pocos materiales tan limpios, organizados y bien aprovechados como los suyos.
Y tiene mucho mérito, porque N. pertenece a una familia muy humilde, de escasos recursos. Cada vez que sacaba un 9 en un examen (lo que era muy frecuente),cada vez que levantaba la mano tímidamente cuando nadie quería contestar en clase, cada vez que sonreía un poco ruborizada y siempre modesta cuando la elogiabas, demostraba que era una luchadora, una superviviente, un ejemplo para toda su clase.
De aquel instituto me fui cargada de buenas experiencias, de compañeras increíbles, una amiga para toda la vida y una carpeta llena de cartas de despedida. Una de las más bonitas fue la de N. En momentos de bajón, releo aquellas cartas y me llenan de energía. Y el recuerdo de aquella chica me hace seguir defendiendo la educación pública con uñas y dientes.
¿Cuántas N. dejarán de estudiar por la progresiva privatización de la enseñanza? ¿A cuántos N. les será imposible acceder a la universidad por la subida desorbitada de tasas? Por todos ellos, defendamos la Pública.

martes, 15 de mayo de 2012

De "perroflautas" y la verdadera democracia

Ayer leí en cierto periódico una serie de afirmaciones sobre el 15-M totalmente contrastadas (como procede en todo buen periódico) que dejaban al descubierto este movimiento.
Todas las críticas (constructivas, eso sí), se resumían en tres:
- No hay tantos "indignados" como se quiere hacer ver; en realidad, son muy pocos.
- Estos cuatro gatos son, o radicales de izquierdas, o perroflautas antisistema.
- Estos perroflautas actúan como los sistemas totalitarios; si creyeran en la democracia, votarían y sanseacabó.

Y ante tanta lucidez en el uso de la razón, no he podido evitar calentarme la cabeza con reflexiones varias.
En una democracia, ¿el individuo sólo puede quejarse en las urnas y en el bar de la esquina -o en las redes sociales o en el blog-?
¿Cuáles son los procedimientos para cambiar las cosas? Si no estoy de acuerdo con el bipartidismo existente o siento que los grupos políticos no me representan, ¿qué debo hacer? ¿Fundo un nuevo partido -algo bastante complicado para el común de los mortales-, me abstengo en las elecciones, voto en blanco o voy a la puerta del parlamento a quejarme?
Si en las últimas elecciones no ganó el PP ni el PSOE, sino la abstención, y esto no provoca ninguna reacción en el gobierno ni en los partidos mayoritarios, ¿cuál es la solución? ¿Seguir votando a unos partidos en los que no creemos y que se sigan repartiendo el bacalao o no votarles y que se repartan el bacalao del mismo modo? Con la actual ley electoral, que al final hace prevalecer el voto "útil", ¿realmente están representados los ciudadanos? Y lo más importante: un sistema viciado con el bipartidismo y todos los males que conlleva, ¿puede ser cambiado, puesto que estamos en democracia?¿Cómo hacerlo, si a los que están en el poder y al mayor partido de la oposición no les interesa este cambio? Pues votando a otro partido, me dirá alguno... Pero si con el actual sistema electoral es como si el voto cayera en saco roto, ¿no es el pez que se muerde la cola?
¿La Democracia no es el poder del pueblo? ¿No debería el pueblo poder cambiar un sistema injusto? ¿Cómo convocar un referéndum? ¿Pidiendo firmas de casa en casa?
Y con esta situación, ¿no es el mejor ejercicio de la democracia salir a la calle?
¿No es para indignarse?
El que no sea perroflauta que levante la mano.


sábado, 12 de mayo de 2012

Una vida entera

Según la ciencia, el tiempo es un concepto inventado por el hombre por pura necesidad; un concepto totalmente arbitrario, puesto que cada cultura mide el paso del tiempo de forma distinta: nosotros estamos en 2012, pero en China, por ejemplo, en 4710 (con el calendario lunar). Además de las distintas formas de medir el tiempo, el paso del tiempo en sí es un valor subjetivo en la mente de cada persona. Subjetivo y, a veces, contradictorio. Y algo así es lo que reviví ayer.
Ayer, mi peque hizo 6 meses. Por un lado, veo las fotos de recién nacido y no puedo creerme que en tan poco tiempo mi bolita llorona y tragona se haya convertido en un ratón risueño e hiperactivo (además de seguir igual de tragón y algo llorón...).
Sin embargo, por otro lado, estos 6 meses han sido para mí como años,como una vida entera (la de mi hijo). Sé que es un tópico demasiado manido decir que los hijos te cambian la vida, pero no te das cuenta de hasta qué punto es cierto, hasta que llegas a tu casa del hospital, hecha un flan, con las hormonas más revueltas que un adolescente y dolores hasta en el carné de identidad, con una criatura que depende exclusivamente de ti y tu pareja.
Entonces empieza con el cólico del lactante. Y esto es cuestión de suerte. Si te toca, te ha tocado. Y aunque estés pensando que llevas toda la vida cuidando a hermanos, sobrinos, haciendo de canguro... Desengáñate: Poco o nada de lo que has aprendido te va a servir con tu hijo. En los momentos de crisis, la paciencia es lo único que puede ayudarte. He llegado a estar tres horas de reloj con mi retoño en brazos gritando como si lo torturaran. En esos momentos, pasas por distintas fases (el tiempo de cada una depende de la paciencia de cada cual):
Fase 1- Le cantas y hablas cariñosamente, acariciándolo y abrazándolo.
Fase 2- Lo paseas pasillo arriba pasillo abajo, meciéndolo, poniéndole música e incluso haciendo el caballito.
Fase 3- Tierra, trágame.
Fase 4- Lloras con él (no, con un bebé de un mes no funciona el chantaje emocional). Fase 5- Nene, cógeme al crío o me tiro por la ventana.
De repente, un día, el niño se toma su biberón de la noche y... tam ta ta chán: se duerme o se queda tranquilo y sonriente. Este día suele llegar cuando el crío tiene 3 meses aproximadamente -tiempo más que de sobra para que más de uno se haya hecho la vasectomía o haya jurado y perjurado no tener más hijos por nada del mundo-.
Cuando ya ha pasado lo peor, te queda terminar de adaptar tu día a día al nuevo miembro de la familia. Tus prioridades cambian, al igual que tus deseos: el mayor será poder dormir 6 horas seguidas -gracias a Dios, con mi hijo he podido y puedo dormir, pero tengo amigas cuyo hijo de dos años aún se despierta varias veces por la noche-. Si has pasado los tres primeros meses con éxito, puedes estar tranquilo; el resto será coser y cantar.
Te das cuenta de que ha pasado mucho tiempo en poco tiempo cuando tienes miedos que antes ni se te pasaban por la cabeza (si cojo una gripe fuerte, ¿quién cuida al crío?); cuando, cada día que pasa, descubres que hace algo nuevo que te enamora todavía más. Y, sobre todo, cuando miras atrás y ya no eres capaz de imaginarte la vida sin él.