martes, 20 de noviembre de 2012

¿Y si...?

Es como un vicio; un juego envolvente del que mi mente no puede escapar. En momentos de nostalgia, cuando miro hacia atrás, al camino recorrido, y vuelvo a mi presente, no puedo quiero evitarlo. El juego del ¿Y si...? me hechiza.
No tiene por qué ser un reflejo de insatisfacción vital (al menos, no siempre). Tampoco es resultado único de la melancolía, de la sensación de pérdida que conlleva el paso del tiempo y los distintos cruces que sobrepasamos en el camino. Es algo más profundo, yo diría que incluso filosófico. Plantearte qué habría pasado si en vez de estudiar Filología hispánica hubieras hecho Derecho, por ejemplo. O si aquella noche, te hubieras quedado en casa, como querías, o te hubieras marchado de aquel lugar tres horas antes, como solías hacer. Qué habría pasado si en vez de hacer el tema 35 en la oposición, hubieras hecho el 7. O si hubieras elegido aquel trabajo que te ofrecieron, por el que tanto dudaste. ¿Y si no hubieras acudido a aquella cita velada? ¿Y si hoy hubiese hecho macarrones en vez de arroz?
Bromas aparte, este "juego" embriagador me hace sentir vértigo y, como le decía a una amiga hace poco tiempo, me da hasta miedo. Quizá porque me devuelve la consciencia de nuestra vulnerabilidad ante el destino; de la trascendencia que puede tener cualquier decisión, por pequeña que sea, cualquier pequeña bifurcación que encontremos en la senda de la vida. ¿Hasta dónde hacemos el camino y hasta dónde nos viene hecho? O, por decirlo de otro modo, ¿qué es más tranquilizador: contar con un modo determinismo ante el que poco podemos hacer, o cargar con una pesada libertad, que va enredando y desenredando la madeja de nuestra historia?
¿Y si me dedicara a planchar, en vez de escribir estas tonterías?