domingo, 29 de abril de 2012

De mayor, profesora

Cuando a un niño se le pregunta qué quiere ser de mayor, suele haber un abanico de respuestas reducido: futbolista, cantante, policía, bailarina, médico, veterinario, maestro. Luego, conforme van creciendo, la mayoría cambia de objetivo por uno más realista "he pensado que futbolista no es lo mío; seré administrativo", o por alguno que se ajuste más a sus gustos y habilidades "si veo sangre me mareo; va a ser que no quiero ser médico".
Yo siempre soñé con ser maestra. Recuerdo cómo jugaba con mis hermanos a que yo era su "seño", haciéndoles dictados, escribiendo en una pizarra de juguete sumas y restas, mandándoles ejercicios y llamándoles al orden -siempre fui un poco mandona-. Es una de las ventajas de ser la mayor en una familia numerosa: yo no tenía muñecas, tenía hermanos. Y era bastante más divertido.
En mi casa no existía la calma (de hecho, sigue sin existir), para desgracia de mis sufridos padres. Cuando no te peleabas con uno era con el otro, siempre cambiando de aliados y de estrategias, para olvidarte a los cinco minutos y acabar haciendo "la torre" en el sofá del salón. No sé la de actuaciones y funciones de teatro que llegamos a organizar con cuatro trapos y mucha imaginación, ante un "exigente" público: mis padres. Llegamos incluso a crear nuestro propio periódico, en el que cada uno llevaba una sección, que utilizábamos a menudo para hacer nuestras pequeñas reivindicaciones, criticando lo que no nos gustaba de la casa. Gracias a ellos descubrí, además de mi vocación, lo que serían dos de mis grandes aficiones: escribir y el teatro.
Años después, en el instituto, pretendí encauzar mi futuro lejos de la enseñanza. Viendo el panorama, cualquiera se mete -pensaba-. Si me hubieran dicho el panorama que viviría después (con la ESO y la actual situación educativa), me habría caído del susto... Pensé en estudiar Periodismo. Tenía clara una cosa: quería una carrera en la que hubiera que leer y escribir. Pero Periodismo no estaba en la Pública y estudiar en la UCAM o irme a Madrid estaba fuera de mis posibilidades. Entonces se me encendió la bombilla: Filología hispánica. Ésa es tu carrera. Si te encantan los libros, qué mejor opción que ésa.
Ni siquiera cuando escogí la carrera caí en la cuenta de que estaría abocada a las aulas. Pensé que podría dedicarme a otras cosas; que la enseñanza sería una opción secundaria.
Pero ser profesora venía de fábrica: con un padre profesor y una madre maestra, tanto afán por la tiza tenía que salir por algún lado. A veces imagino de forma romántica que era mi destino, que hiciera lo que hiciese no podría escapar de él. Y me alegro de que así sea.


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