jueves, 2 de mayo de 2013

Llame usted mañana I

En los tiempos que corren, lo que se lleva es echar la culpa de todos los males a nuestros políticos (yo, la primera). Esos desalmados descerebrados desvergonzados y todos los des- que queramos ponerles. Sí. Y la mayoría de las veces llevaremos razón. Pero hay días en los que estoy convencida, no ya de que tenemos lo que nos merecemos, sino de que no podemos aspirar a nada mejor.
Ayer fue uno de esos días. Ayer fue uno de los días en los que volvió a actualizarse el inmortal artículo que escribiera Larra hace casi doscientos años, definiéndonos a los españoles como lo que somos. Y para muestra, un botón:
Tenía cita a las 9:30 de la mañana en mi centro médico por un accidente de tráfico que sufrí la semana pasada. Allá que llegué, a las 9:25, tranquila (puesto que iba bien de tiempo), buscando la consulta de mi nuevo médico (al que no conocía) por el letrero que figura al lado de cada puerta.
"Dra. B.; aquí es". Con la sala de espera a tope, pregunto si van llamando y la hora del que acaba de entrar.
- Acaba de empezar la consulta; ha entrado el de las 9.
Encuentro un asiento entre dos mujeres que comparten, a viva voz y con todos los presentes, las tribulaciones de su vida familiar. Entretanto, van pasando a la consulta uno a uno los impacientes pacientes. Son las diez de la mañana y empiezo a molestarme cuando observo que llaman a gente que ha llegado después que yo. Tendrían hora antes y habrán llegado tarde- intento autoconvencerme con poco éxito-.
- Perdone, ¿sabe la hora que llevaba la señora que acaba de entrar?
- Las diez menos veinte.
- ¿Seguro? Pero si yo llevo las 9.30 y no me han nombrado...
- Eso ha dicho.
Vuelvo a sentarme esperando que se abra la puerta para preguntar a la doctora si en uno de mis despistes me ha llamado. Se abre la puerta y mi acompañante, que sin ser paciente lo es mucho más que yo -en estos momentos-, le hace la consulta a la doctora y se dirige hacia mí con cara de pocos amigos.
- Que no es la Dra. B; que se ve que llevan un tiempo en el que han tenido que intercambiar las consultas. Ésta es la Dra. S.; la nuestra está en su consulta y ella está en la de la Dra. B.
- ¿Y por qué no han puesto un letrero o algo? ¿Somos adivinos?
-  Se ve que nadie ha caído.
Nos dirigimos a la consulta de la Dra. S., en la cual esperamos encontrar a la Dra. B. Mi marido se queda de pie al lado de la puerta soportando las miradas asesinas de un señor (mira éste, llega el último y se va a colar; pues lo lleva claro -parece estar pensando el buen hombre).
Se abre la puerta y los dos se abalanzan como si les fuera la vida en ello. El señor, de unos 60 años, es mucho más rápido. Pasa hasta la cocina y se sienta tranquilamente enfrente de la alucinada doctora.
Después de explicarle lo que nos ha ocurrido, nos dice que pasemos después del señor mayor, que mira impasible acomodado en su asiento.
La Dra. B. resulta ser una mujer muy amable que, tras verme el cuello y la espalda, me confirma que no estoy para conducir más de dos horas diarias, que necesito reposo y seguir con la medicación que me mandaron en urgencias.
- Al ser un accidente de tráfico in itinere, efectivamente, cuenta como accidente laboral. Tienes que acercarte a la mutua para que te den ellos la baja y puedas enviarla a tu trabajo.
Busco en la guía el número de la oficina de Ibermutuamur más cercana. Está en San Pedro. Llamo y responde al teléfono una chica que me asegura que ésa es solo una oficina administrativa; que tengo que acercarme a una clínica privada de San Javier, concertada con la mutua, para que me vean.

Continuará