martes, 18 de febrero de 2014

De la lactancia artificial y otros sacrilegios

Meses después de nacer mi hijo, hará más de un año, fui al ginecólogo a una consulta rutinaria. Como era madre primeriza y reciente, el interrogatorio fue bastante más extenso de lo habitual: cómo fue el parto, hubo complicaciones, cuánto pesó el niño... El médico iba apuntando todos los datos en los informes sin rechistar, hasta que llegó a la pregunta del millón.
- ¿Le das o has dado pecho?
Con la rapidez de reflejos que me ha otorgado la maternidad, en décimas de segundo me oigo justificándome ante el doctor:
- No pude. Tuve un problema en el pecho...
El médico me interrumpe: Pues es una pena, porque lo que tenéis las mujeres con la lactancia materna... bla bla bla. En ese momento desconecté; no por falta de interés o respeto, sino porque, desde el curso de educación maternal al que asistí, he escuchado por activa y por pasiva los beneficios casi místicos de la teta y, como buena alumna, me los aprendí de memoria.
Quiero dejar claro que a mí me habría encantado dar pecho. La leche materna es el mejor alimento para el bebé, porque lo natural siempre estará por encima de lo artificial. Además, es precioso alimentar a tu hijo de ti y, por si fuera poco, te ahorras una pasta. Pero de ahí a que sea la panacea hay un trecho.
Cuando no das de mamar porque no has podido, muchas veces con experiencias más o menos traumáticas, lo último que te falta es escuchar los comentarios bienintencionados de familia y amigos: Eso es porque no lo has intentado lo suficiente, lo que pasa es que al principio es difícil, y no hay que rendirse; eso es porque no te lo has puesto bien, nadie te ha enseñado ni ayudado; qué pena, con todas las defensas que lleva para el crío... Y además crea una conexión especial, de afecto con la madre, única. Hasta he leído que son más listos con la leche materna...
Si a eso le sumas que estás recién parida, con el revoltijo hormonal intacto, la consecuencia es clara: te sientes fatal (que conste que conmigo no se pasaron tanto, pero más de una ha sufrido esto y cosas peores, como que los más radicales la llamen egoísta y mala madre) Y, encima, tienes que ir justificándote.
Me he propuesto en esta entrada apoyar a todas mis amigas embarazadas  (muchas, hay un baby boom) o madres recientes que, por el motivo que sea, no darán o no dan teta. Hay cientos de grupos y páginas de apoyo a la mujer que sí lo hace. Pues aquí va mi granito de arena para las que no.
En primer lugar, no es cierto que con perseverancia y ayuda siempre se pueda. Las que conocéis mi experiencia -al completo- sabéis la tortura china que supuso para mí y para mi hijo. No voy a contarla aquí porque sería demasiado largo y desagradable; a quien quiera escucharla se la cuento con detalle.
Después está lo de las defensas... Que sí, que hay defensas inimitables para la leche artificial. Pero digo yo que tampoco será para tanto cuando la única fiebre que tuvo mi hijo en nueve meses son las décimas que le dieron cuando le pusimos cinco vacunas en un mismo día. Estableciendo una comparativa con varios niños de mi familia alimentados exclusivamente con leche materna, todos ellos habían pasado a esta edad gripe o diarrea o incluso neumonía. O mi hijo es una excepción o las hipermegaguays defensas de la leche materna no son tan hipermegaguays. Después entró a la guarde y pasó por la estupendísima etapa de inmunización que todos los niños pasan, pero ése es otro cantar... Mi hijo es un niño sano y fuerte al igual que podría haber salido débil y enfermizo, independientemente de cómo haya sido alimentado.
Con respecto al lazo sobrenatural que se establece entre madre e hijo, sólo puedo hablar desde mi experiencia; para mí y para el niño, ponérmelo al pecho era una película de terror. Así que sí, una experiencia de otro mundo.
Sólo sé que biberones le hemos dado varias personas, y a la única a la que miraba a los ojos durante minutos y sonreía era a su madre. Igual que los besos babosos y llenos de leche que me daba -y me da- y lo cariñoso y madrero que siempre ha sido. A ver si lo realmente importante en el afecto y la conexión madre-hijo va a ser el tiempo que estamos con ellos...
Bueno, y ya lo de un supuesto estudio que afirma que el que toma pecho es más inteligente... Esto sí que me desarma. ¿Será porque tomé biberón?


lunes, 10 de febrero de 2014

Me gusta conducir

Hay cosas que un buen aspirante a profesor debería saber. Quizá algún día me anime con un listado de las que he aprendido en estos años de interinidad; mientras, me centraré en una fundamental a la que no se le presta atención en CAP ni Máster de profesorado.
Una de las preguntas básicas del examen de aptitud pedagógica debería ser, sin ninguna duda: ¿Te gusta conducir?

Me saqué el carné tarde. La mayoría de mis compañeros del instituto se examinó al acabar COU. Por aquel entonces, dedicaba todos los veranos y muchos sábados a trabajar para sufragar mis gastos. En ningún momento me planteé el carné como un gasto más que asumir. Hay gente que desde bien pequeña sueña con el momento de conducir su coche; a mí nunca me llamó la atención.
Empecé la carrera y fui posponiendo el momento de apuntarme a la autoescuela. Veía el aprender a conducir como un desembolso descomunal para mi pequeña economía. Algo que había que hacer tarde o temprano, pero que distaba de ser una de mis prioridades. Tampoco me era imprescindible: durante el curso vivía en Murcia y conocía a la perfección los horarios de autobuses hacia la capital o  hacia Cartagena y, a pesar de la incomodidad e impuntualidad de dichos autobuses, el cuerpo se hace a todo. Uno no sabe lo que es la libertad de conducir su propio coche hasta que la experimenta.
Acabada la carrera, me puse a trabajar como canguro de tres niños por las tardes, mientras preparaba la oposición. Ya no había excusas: el momento había llegado.
No me fue difícil, ni el teórico ni el práctico. Ese año saqué el permiso de conducir y empecé a trabajar de interina en Torreagüera y Las Torres de Cotillas.
Al principio me imponían los tres cuartos de hora de viaje y el tráfico del puerto de La Cadena (en aquella época con dos carriles y en obras). Pero poco a poco fui cogiendo el gustillo a ese tiempo de soledad y reflexión en la carretera antes y después de la vorágine diaria de todo centro de secundaria. Esos instantes de desconexión, subir la radio a tope cuando suena tu canción favorita (o cambiar de emisora porque suena Pablo Alborán), tararear otra vez ese CD que sabes de memoria y siempre se te olvida cambiar, pensar en aquello que te ha hecho sonreír durante la mañana, o en aquello que te ha hecho sentir mal; recordar el plato de comida que te está esperando en casa (o que tienes que preparar aún), visualizar el beso enorme que le vas a dar a tu hijo cuando lo veas... Todos esos instantes forman parte de tu vida laboral, aunque no figuren en ninguna parte.


En todos estos años, he aprendido a usar la Guía Repsol y a perderme en las carreteras de la Región. A los nervios de empezar en un nuevo instituto a mitad de curso, hay que unirle la excitación del cómo llegar y del dónde estará este centro al que me incorporo mañana. Estoy aprendiendo más geografía murciana de lo que hubiese imaginado nunca. He aprendido que Murcia está al laíco de San Javier y que Jumilla o Águilas, aunque estén lejos y se haga pesado el camino, son de visita obligada. Si me dieran a elegir el instituto de mi próximo destino, está claro que elegiría uno cercano. Pero también sería clara mi respuesta ante un hipotético tribunal prepara-interinos. Sí. Me encanta conducir.